viernes, 28 de enero de 2011

No se puede confiar en los politicos,pero en el pp menos

DOCUMENTOS
Sobre las elecciones de 2008
http://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_generales_de_Espa%C3%B1a_de_2008#cite_n
ote-47
EN 2009 MANTENIA SU POSICION CONTRA EL CANON
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/05/04/espana/1241463622.html
PORTADAS DE LA CAMPAÑA DE 2008
http://www.soitu.es/soitu/2008/01/19/info/1200748572_797587.html

jueves, 27 de enero de 2011







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Ministra Sinde: nosotros, los votantes, pedimos tu dimisión


http://actuable.es/peticiones/ministra-sinde-nosotros-votantes-pedimos-tu-dimision

martes, 25 de enero de 2011

Hasta aquí deberíamos haber llegado


De la serie: Correo ordinario

A medida que van pasando las horas del día, y cuanto más voy meditando sobre lo que sucedió ayer por la tarde, menos me importa la Ley Biden-Sinde y más me preocupa lo que vaya a pasar en el futuro. La Ley Biden-Sinde no ha sido, en realidad, más que entreabrir una puerta; pero entreabrir una puerta es dejarla franca, desprotegida, ya no hay cerrojo, proclama el todo vale. Se ha declarado la caza del internauta. Quien lo dude, al tiempo.

Cuantas más vueltas le doy, más vital me parece pasar a los políticos corruptos una factura crecida, una factura que les duela lacerantemente, una factura que jamás vayan a olvidar. No importa ya la Ley Biden-Sinde, ya está hecha, consumata est. Aunque aún quedan dos trámites parlamentarios, no nos hagamos ilusiones: son eso, meros trámites. En un mes pasará por el Senado como una bala y volverá a ir al Congreso, donde su aprobación será aún más formularia. Pero ese no importa no debe ser la despreocupación por conformismo, por abandono, por capitulación, no debe ser puro menfoutisme. Eso es lo que hemos hecho siempre que nos han atizado un palo y así nos luce el pelo: Ley de Propiedad Intelectual, LSSI, LISI, Ley Biden-Sinde… Y espera a la modificación del canon y a la nueva Ley de Propiedad Intelectual que nos aguarda el día que se decidan a acometer la reforma de la actual; sin contar con que, más que evidentemente, a plazo medio, quizá corto, quedaremos retratados en el Código penal. Ellos sí que se han habituado al todo gratis y la noche es joven, otra copa, adelante. No basta resistir antes: hay que dar caña después. Para ejemplo y escarmiento.

Los políticos nos han declarado la guerra. Sí, son tan miserables y alcantarillescos que no dudan en declarar la guerra a sus propios ciudadanos. Es un curioso hábito de este país: los políticos declaran la guerra a quienes les votan, los cantachifles injurian a grandes voces -amplificadas por la prensa y radio del Movimiento, «El País», la SER…- a quienes compran sus discos y acuden a sus conciertos, las productoras acusan de ladrones a quienes pasan por la taquilla de la sala o por la registradora de los grandes almacenes cuando compran un DVD. Es un hábito menos curioso si tenemos en cuenta que, pese a ello, los traicionados siguen votando y los ofendidos siguen comprando, así que… ¿por qué privarse? Tú me das de comer pero eres un ladrón (sic), un terrorista (sic), un cagón (sic) y no sé cuántas cosas más. Así da gusto: se permiten tratar a sus clientes como si ellos fuesen la mismísima Telefónica.

Tenemos que romper de una vez. Porque podemos. Pero, sobre todo, porque debemos. Debemos por nosotros, por nuestra dignidad. Y debemos porque detrás de nosotros vienen nuestros hijos. Les hemos hipotecado el estado social que heredamos de nuestros padres (y por lo mismo: por pereza y por cobardía)… ¿y vamos a fumarnos también (y por lo mismo: por pereza y por cobardía) su futuro, un futuro que sólo puede pasar por una Nación situada en puestos de cabeza tecnológicos?

Voy, quizá, a hacer el ridículo. Desde esta pobre e insignificante bitácora voy a hacer un llamamiento. Un llamamiento a todos los agentes de la Red: asociaciones (esta, aquella y la de más allá: todas); y a personas individuales que han alcanzado, de un modo u otro, un liderazgo en la Red. Pero eso sí es importante: a todos.

Tenemos que olvidar nuestras ansias por prevalecer, por representar, por ser más que el otro, por tener más seguidores en Tweeter o por tener una bitácora más considerada en Alexa. Estamos todos en un mismo barco que va a la deriva cañoneado a placer por el enemigo. Y tenemos una gran ventaja: es un barco que no tiene -porque no necesita- capitanes ni grumetes. En él, todos somos marineros y punto. Pero si el barco se hunde, iremos todos a remar como galeotes en las naves del enemigo y allí, sí, encadenados a los remos, alcanzaremos la igualdad más absoluta… en la miseria. Y ya tienen preparados los remos y las cadenas. Sin embargo, tenemos energías y sinergias como para hacer lo que queramos, para imponer nuestras exigencias como ciudadanos, para cambiar verdaderamente las cosas.

Yo os llamo a todos a un gran acuerdo. Yo os llamo a todos, líderes en Red, a que nos guiéis en una lucha por la libertad como posiblemente antes nunca se vio en la historia (y sabéis que no exagero… si queréis). Yo os llamo a todos para que pongáis en marcha vuestra imaginación -que es amplia, fértil e inagotable- y designéis objetivos, que penséis de qué manera podemos dañar a los traidores, de qué manera podemos quebrantar a los políticos que ayer nos apuñalaron alevosamente. Que penséis, entre todos, dónde les puede doler más. Y que lo hagáis coordinadamente, casi diría hermanadamente. Que abandonéis ideologías más allá de vuestro fuero íntimo: ellos no tienen ideología. Ellos son los cipayos de la embajada americana o de la Warner Brothers o de cualquiera de estas. Incluso son cipayos de mindundis de baja estofa simplemente enriquecidos sin otro mérito que la habilidad de los publicistas de las compañías que los promocionan; que ya es ser cipayo. No hay derechas ni izquierdas. En la España de hoy (y, según me temo, en la Europa de hoy) sólo hay ciudadanos y políticos. Ciudadanos que ansiamos la libertad y que la hemos encontrado -en una mínima pero refrescante porción- en la Red; y políticos corruptos que sólo piensan en medrar sirviendo a cualquiera menos a los ciudadanos que los sentamos en el comedero y cuyo único afán es que ese estado de cosas no cambie.

Y cuando lo hayáis decidido, os pido que penséis en los medios. Los medios en Red, en ella tenemos nuestra fuerza. Sin olvidar la calle -ya habrá quien la dinamice y, además, la calle puede ser un efecto secundario si las cosas se hacen bien y con ganas-, pero fundamentalmente en Red, que es nuestro ámbito, nuestro territorio, donde somos fuertes, donde los ciudadanos somos, verdaderamente, los amos. Y no hace falta que se trate de una sola opción. Puede haber varias. Pero opciones buenas e imaginativas. Dejad tranquilos los votos y las elecciones; eso, en todo caso, al final

Cuando hayáis hecho todo esto, vamos a ponernos todos a trabajar. Cada cual en su ámbito, en su terreno, en sus posibilidades. Sin jerarquía, sin disciplina, si que quiere, pero con la voluntad firme e inalterable de llegar al objetivo.

Tenemos poco más de un año de tiempo. Pero eso no quiere decir que debamos estar un año en modo ensoñación. Eso quiere decir que en un año podemos reducirlos al pánico, podemos mostrarles quién es el verdadero amo. Eso quiere decir que debemos ponernos a trabajar desde ahora mismo, aunque sea en pequeña escala, pero todos a una: por más blanda que sea el agua, el goteo constante produce efectos devastadores sobre la piedra. Gutta cavat lapidem non vi sed saepe cadendo.

La que hicieron ayer por la tarde no debe olvidarse. Debe estar ahí presente, con machacona, cansina, insistencia. Cualquier cosa que hagan o digan los cipayos debe ser puesta inmediatamente en relación con la Ley Biden-Sinde; siempre, siempre, siempre, incansablemente: nuestro aburrimiento será su agobio y su desesperación.

Debemos acosarlos incesantemente en la Red. Abuchearlos en Twitter, en Facebook, en todas las redes sociales, en todos los foros, en todas las intervenciones digitales. Condenarlos al ostracismo digital. Liquidarlos socialmente, como se hizo con el tal Ramoncín. Que se revuelquen en el fango de sus parlamentos: fuera de ellos, el oprobio, la vergüenza, la imprecación. Hay que conseguir que incluso el militante de base se avergüence de que se sepa públicamente que lo es. No importa el partido, esto es esencial: da igual del PSOE que del PP, de CiU que de PNV. De momento, de estos. Los otros ya tomarán nota, ya.

Poner de relieve sus pifias, sus ignorancias y sus barbaridades (no es nada difícil) en nuestras bitácoras y publicaciones -en todas ellas-, en un acoso constante de denigración y de desprecio.

Y cuando, después de un intenso año así, de zapa incesante, cuando llegue el momento electoral, ya sugerirán nuestros líderes (los de verdad, políticos de mierda, los que adquieren esta categoría por puro carisma, por puro mérito, no porque los haya puesto ahí ninguna maquinaria corrupta de partido) qué opciones tenemos los ciudadanos (o ya las decidiremos los ciudadanos por nosotros mismos: serán, probablemente, más que evidentes). Y los ciudadanos actuaremos en consecuencia.

La bronca en Red que hay hoy, debe ser una constante. No debe acallarse. Debe prolongarse durante semanas, meses… Debemos liarla tan gorda que incluso los medios convencionales no puedan ignorarla. Debemos llamar la atención de la mismísima Europa (y no sería la primera vez que lo hemos conseguido, ojo).

Si lo hacemos así, lo conseguiremos con toda seguridad. Pero necesitamos vuestra guía, vuestro liderazgo. Necesitamos que olvidéis vuestras diferencias. Necesitamos que nos déis el ejemplo de lo que es y de lo que puede seguir siendo la Red. Porque si, en resumidas cuentas, vosotros, nuestros líderes, os comportáis con la misma mierdosidad que nuestros políticos, entonces, sí, entonces estamos perdidos.

Y el país, también.Copio y pego

miércoles, 12 de enero de 2011

La cena del miedo (mi reunión con la ministra González Sinde)


Publicado por Acuarela on miércoles 12 de enero de 2011
Etiquetas: copyleft
[Amador Fernández-Savater, coeditor de Acuarela Libros, fue invitado (por azar, por error o por alguna razón desconocida) a una reunión con la ministra de Cultura y otras figuras relevantes de la industria cultural española para hablar sobre la Ley Sinde, el tema de las descargas, etc. En este texto cuenta lo que vivió, lo que escuchó y lo que ha pensado desde entonces. Su conclusión es simple: es el miedo quien gobierna, el miedo conservador a la crisis de los modelos dominantes, el miedo reactivo a la gente (sobre todo a la gente joven), el miedo a la rebelión de los públicos, a la Red y al futuro desconocido.]

La semana pasada recibí una llamada del Ministerio de Cultura. Se me invitaba a una reunión-cena el viernes 7 con la ministra y otras personas del mundo de la cultura. Al parecer, la reunión era una más en una serie de contactos que el Ministerio está buscando ahora para pulsar la opinión en el sector sobre el tema de las descargas, la tristemente célebre Ley Sinde, etc. Acepté, pensando que igual después de la bofetada que se había llevado la ley en el Congreso (y la calle y la Red) se estaban abriendo preguntas, replanteándose cosas. Y que tal vez yo podía aportar algo ahí como pequeño editor que publica habitualmente con licencias Creative Commons y como alguien implicado desde hace años en los movimientos copyleft/cultura libre.

El mismo día de la reunión-cena conocí el nombre del resto de invitados: Álex de la Iglesia, Soledad Giménez, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Alberto García Álix, Ouka Leele, Luis Gordillo, Juan Diego Botto, Manuel Gutiérrez Aragón, Gonzalo Suárez (relacionado con el ámbito de los vídeo-juegos), Cristina García Rodero y al menos dos personas más cuyos nombres no recuerdo ahora (perdón). ¡Vaya sorpresa! De pronto me sentí descolocado, como fuera de lugar. En primer lugar, porque yo no ocupo en el mundo de la edición un lugar ni siquiera remotamente comparable al de Álex de la Iglesia en el ámbito del cine o Muñoz Molina en el de la literatura. Y luego, porque tuve la intuición de que los invitados compartían más o menos una misma visión sobre el problema que nos reunía. En concreto, imaginaba (correctamente) que sería el único que no veía con buenos ojos la Ley Sinde y que no se sintió muy triste cuando fue rechazada en el Congreso (más bien lo contrario). De pronto me asaltaron las preguntas: ¿qué pintaba yo ahí? ¿En calidad de qué se me invitaba, qué se esperaba de mi? ¿Se conocía mi vinculación a los movimientos copyleft/cultura libre? ¿Qué podíamos discutir razonablemente tantas personas en medio de una cena? ¿Cuál era el objetivo de todo esto?

Con todas esas preguntas bailando en mi cabeza, acudí a la reunión. Y ahora he decidido contar mis impresiones. Por un lado, porque me gustaría compartir la preocupación que me generó lo que escuché aquella noche. Me preocupa que quien tiene que legislar sobre la Red la conozca tan mal. Me preocupa que sea el miedo quien está tratando de organizar nuestra percepción de la realidad y quien está tomando las decisiones gubernamentales. Me preocupa esa combinación de ignorancia y miedo, porque de ahí sólo puede resultar una cosa: el recurso a la fuerza, la represión y el castigo. No son los ingredientes básicos de la sociedad en la que yo quiero vivir.

Por otro lado, querría tratar de explicar lo que pienso algo mejor que el viernes. Porque confieso desde ahora que no hice un papel demasiado brillante que digamos. Lo que escuchaba me sublevó hasta tal punto que de pronto me descubrí discutiendo de mala manera con quince personas a la vez (quince contra uno, mierda para...). Y cuando uno ataca y se defiende olvida los matices, los posibles puntos en común con el otro y las dudas que tiene. De hecho me acaloré tanto que la persona que tenía al lado me pidió que me tranquilizara porque le estaba subiendo la tensión (!). Tengo un amigo que dice: “no te arrepientas de tus prontos, pero vuelve sobre los problemas”. Así que aquí estoy también para eso.

Quizá haya por ahí algún morboso preguntándose qué nos dieron para cenar. Yo se lo cuento, no hay problema, es muy sencillo. Fue plato único: miedo. El miedo lo impregnaba todo. Miedo al presente, miedo al porvenir, miedo a la gente (sobre todo a la gente joven), miedo a la rebelión de los públicos, miedo a la Red. Siento decir que no percibí ninguna voluntad de cambiar el rumbo, de mirar a otros sitios, de escuchar o imaginar alternativas que no pasen simplemente por insistir con la Ley Sinde o similares. Sólo palpé ese miedo reactivo que paraliza la imaginación (política pero no sólo) para abrir y empujar otros futuros. Ese miedo que lleva aparejado un conservadurismo feroz que se aferra a lo que hay como si fuera lo único que puede haber. Un miedo que ve enemigos, amenazas y traidores por todas partes.

Quien repase la lista de invitados concluirá enseguida que se trata del miedo a la crisis irreversible de un modelo cultural y de negocio en el que “el ganador se lo lleva todo” y los demás poco o nada. Pero no nos lo pongamos demasiado fácil y pensemos generosamente que el miedo que circulaba en la cena no sólo expresa el terror a perder una posición personal de poder y de privilegio, sino que también encierra una preocupación muy legítima por la suerte de los trabajadores de la cultura. Ciertamente, hay una pregunta que nos hacemos todos(1) y que tal vez podría ser un frágil hilo común entre las distintas posiciones en juego en este conflicto: ¿cómo pueden los trabajadores de la cultura vivir de su trabajo hoy en día?

Lo que pasa es que algunos nos preguntamos cómo podemos vivir los trabajadores de la cultura de nuestro trabajo pero añadiendo (entre otras muchas cosas): en un mundo que es y será infinitamente copiable y reproducible (¡viva!). Y hay otros que encierran su legítima preocupación en un marco de interpretación estrechísimo: la industria cultural, el autor individual y propietario, la legislación actual de la propiedad intelectual, etc. O sea el problema no es el temor y la preocupación, sino el marco que le da sentido. Ese marco tan estrecho nos atrapa en un verdadero callejón sin salida en el que sólo se puede pensar cómo estiramos lo que ya hay. Y mucho me temo que la única respuesta posible es: mediante el miedo. Responder al miedo con el miedo, tratar de que los demás prueben el miedo que uno tiene. Ley, represión, castigo. Lo expresó muy claramente alguien en la reunión, refiriéndose al modelo americano para combatir las descargas: “Eso es, que al menos la gente sienta miedo”. Me temo que esa es la educación para la ciudadanía que nos espera si no aprendemos a mirar desde otro marco.

Tienen miedo a la Red. Esto es muy fácil de entender: la mayoría de mis compañeros de mesa piensan que “copiar es robar”. Parten de ahí, ese principio organiza su cabeza. ¿Cómo se ve la Red, que ha nacido para el intercambio, desde ese presupuesto? Está muy claro: es el lugar de un saqueo total y permanente. “¡La gente usa mis fotos como perfil en Facebook!”, se quejaba amargamente alguien que vive de la fotografía en la cena. Copiar es robar. No regalar, donar, compartir, dar a conocer, difundir o ensanchar lo común. No, es robar. Traté de explicar que para muchos creadores la visibilidad que viene con la copia puede ser un potencial decisivo. Me miraban raro y yo me sentía un marciano.

Me parece un hecho gravísimo que quienes deben legislar sobre la Red no la conozcan ni la aprecien realmente por lo que es, que ante todo la teman. No la entienden técnicamente, ni jurídicamente, ni culturalmente, ni subjetivamente. Nada. De ahí se deducen chapuzas tipo Ley Sinde, que confunde las páginas de enlaces y las páginas que albergan contenidos. De ahí la propia idea recurrente de que cerrando doscientas webs se acabarán los problemas, como si después de Napster no hubiesen llegado Audiogalaxy, Kazaa, Emule, Megavideo, etc. De ahí las derrotas que sufren una y otra vez en los juzgados. De ahí el hecho excepcional de que personas de todos los colores políticos (y apolíticos) se junten para denunciar la vulneración de derechos fundamentales que perpetran esas leyes torpes y ciegas.

Tienen miedo a la gente. Cuando había decidido desconectar y concentrarme en el atún rojo, se empezó a hablar de los usuarios de la Red. “Esos consumidores irresponsables que lo quieren todo gratis”, “esos egoístas caprichosos que no saben valorar el trabajo ni el esfuerzo de una obra”. Y ahí me empecé a poner malo. Las personas se bajan material gratuito de la Red por una multiplicidad de motivos que esos clichés no contemplan. Por ejemplo, están todos aquellos que no encuentran una oferta de pago razonable y sencilla. Pero la idea que tratan de imponernos los estereotipos es la siguiente: si yo me atocino la tarde del domingo con mi novia en el cine viendo una peli cualquiera, estoy valorando la cultura porque pago por ella. Y si me paso dos semanas traduciendo y subtitulando mi serie preferida para compartirla en la Red, no soy más que un despreciable consumidor parásito que está hundiendo la cultura. Es increíble, ¿no? Pues la Red está hecha de un millón de esos gestos desinteresados. Y miles de personas (por ejemplo, trabajadores culturales azuzados por la precariedad) se descargan habitualmente material de la Red porque quieren hacer algo con todo ello: conocer y alimentarse para crear. Es precisamente una tensión activa y creativa la que mueve a muchos a buscar y a intercambiar, ¡enteraos!

Lo que hay aquí es una élite que está perdiendo el monopolio de la palabra y de la configuración de la realidad. Y sus discursos traducen una mezcla de disgusto y rabia hacia esos actores desconocidos que entran en escena y desbaratan lo que estaba atado y bien atado. Ay, qué cómodas eran las cosas cuando no había más que audiencias sometidas. Pero ahora los públicos se rebelan: hablan, escriben, se manifiestan, intervienen, abuchean, pitan, boicotean, silban. En la reunión se podía palpar el pánico: “nos están enfrentando con nuestro público, esto es muy grave”. Pero, ¿quién es ese “nos” que “nos enfrenta a nuestro público”? Misterio. ¿Seguro que el público no tiene ninguna razón verdadera para el cabreo? ¿No es esa una manera de seguir pensando al público como una masa de borregos teledirigida desde algún poder maléfico? ¿Y si el público percibe perfectamente el desprecio con el que se le concibe cuando se le trata como a un simple consumidor que sólo debe pagar y callar?

Tienen miedo al futuro. “¿Pero tu qué propones?” Esa pregunta es siempre una manera eficaz de cerrar una conversación, de dejar de escuchar, de poner punto y final a un intercambio de argumentos. Uno parece obligado a tener soluciones para una situación complejísima con miles de personas implicadas. Yo no tengo ninguna respuesta, ninguna, pero creo que tengo alguna buena pregunta. En el mismo sentido, creo que lo más valioso del movimiento por una cultura libre no es que proponga soluciones (aunque se están experimentando muchas, como Creative Commons), sino que plantea unas nuevas bases donde algunas buenas respuestas pueden llegar a tener lugar. Me refiero a un cambio en las ideas, otro marco de interpretación de la realidad. Una revolución mental que nos saque fuera del callejón sin salida, otro cerebro. Que no confunda a los creadores ni a la cultura con la industria cultural, que no confunda los problemas del star-system con los del conjunto de los trabajadores de la cultura, que no confunda el intercambio en la Red con la piratería, etc.

Eso sí, hablé del papel fundamental que para mí podrían tener hoy las políticas públicas para promover un nuevo contrato social y evitar la devastación de la enésima reconversión industrial, para acompañar/sostener una transformación hacia otros modelos, más libres, más justos, más apegados al paradigma emergente de la Red. Como se ha escrito, “la inversión pública masiva en estudios de grabación, mediatecas y gabinetes de edición públicos que utilicen intensivamente los recursos contemporáneos -crowdsourcing, P2P, licencias víricas- podría hacer cambiar de posición a agentes sociales hasta ahora refractarios o poco sensibles a los movimientos de conocimiento libre”(2). Pero mientras yo hablaba en este sentido tenía todo el rato la sensación de arar en el mar. Ojalá me equivoque, porque si no la cosa pinta mal: será la guerra de todos contra todos.

Ya acabo. Durante toda la reunión, no pude sacarme de la cabeza las imágenes de la película El hundimiento: encerrados en un búnker, sin ver ni querer ver el afuera, delirando planes inaplicables para ganar la guerra, atados unos a otros por fidelidades torpes, muertos de miedo porque el fin se acerca, viendo enemigos y traidores por todos lados, sin atreverse a cuestionar las ideas que les arrastran al abismo, temerosos de los bárbaros que están a punto de llegar...(3)

¡Pero es que el búnker ni siquiera existe! Los “bárbaros” ya están dentro. Me gustaría saber cuántos de los invitados a la cena dejaron encendidos sus ordenadores en casa descargándose alguna película. A mi lado alguien me dijo: “tengo una hija de dieciséis años que se lo baja todo”. Y me confesó que no le acababa de convencer el imaginario que circulaba por allí sobre la gente joven. Ese tipo de cosas constituyen para mí la esperanza, la posibilidad de razonar desde otro sitio que no sea sólo el del miedo y los estereotipos denigratorios. Propongo que cada uno de los asistentes a la próxima cena hable un rato sobre el tema con sus hijos antes de salir de casa. O mejor: que se invite a la cena tanto a los padres como a los hijos. Sería quizá una manera de sacar a los discursos de su búnker, porque entonces se verían obligados a asumir algunas preguntas incómodas: ¿es mi hijo un pobre cretino y un descerebrado? ¿Sólo quiero para él que sienta miedo cuando enciende el ordenador? ¿No tiene nada que enseñarme sobre el futuro? El búnker ya no protege de nada, pero impide que uno escuche y entienda algo.

Amador Fernández-Savater (11-1-11)
Fuente de la fotografía:rocketraccoon

NOTAS

1 Alguien en la cena reveló que había descubierto recientemente que en “el lado oscuro” también había preocupación por el tema de la remuneración de los autores/trabajadores/creadores. ¡Aleluya! A pesar de esto, durante toda la reunión se siguió argumentando como si este conflicto opusiera a los trabajadores de la cultura y a una masa de consumidores irresponsables que lo quieren “todo gratis”.

2 “Ciberfetichismo y cooperación”, por Igor Sadaba y César Rendueles

3 Por supuesto, el búnker es la vieja industria. El “nuevo capitalismo” (Skype, Youtube, Google) entiende muy bien que el meollo de la cosa está hoy en que la gente interactúe y comparta, y en aprovecharse de ello sin devolver más que precariedad.

-La noticia en Menéame